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Repasando una lectura de mis años universitarios no he podido evitar recordar el impacto que me causó un fragmento del libro La Naturaleza en peligro, escrito por Miguel Delibes de Castro, en el cual analizaba hasta que punto los seres humanos nos apropiamos de lo que la naturaleza nos ofrece y lo explotamos sin pensar en nuestra dependencia de dichos recursos.

Os presento un extracto de aquella historia sobre la Isla de Pascua:

La Isla de Pascua, localmente llamada Rapa Nui, es una isla volcánica perdida en mitad del Océano Pacífico. Se encuentra a más de tres mil kilómetros al oeste de la costa de Chile y dos mil al este de la isla poblada más cercana. Rapa Nui se encuentra tan lejos de todo que, por buenas que sean las condiciones de visibilidad, desde lo alto del volcán de Terevaka, la cumbre más alta de la isla, uno sólo puede ver el mar infinito a su alrededor. Tal vez por eso, los isleños llamaban también a su tierra Te Henua, el centro, o el ombligo, del mundo. 

Isla de Pascua o Rapa Nui, un pequeño espejísmo de lo que fue hace unos siglos.
Rapa Nui, o Te Henua, ese ombligo del mundo al que los españoles bautizaron con poco éxito como Isla de San Carlos, en homenaje al rey Carlos III, apenas mide 118 kilómetros cuadrados, poco más que la isla de Formentera. Durante mucho tiempo se ignoró la existencia de esta isla, aunque quizás desde el siglo V de nuestra era estaba poblada por los descendientes de un pequeño grupo de viajeros polinesios. Desconocemos con exactitud de donde habían partido aquellos intrépidos navegantes, y por supuesto nadie supo, en su momento, adonde habían llegado, ni siquiera si lo habían hecho o habían perecido en la mar. 

Los pobladores humanos originales encontraron una Isla de Pascua salpicada de bosques y adornada por las colonias de cría de más de una veintena de especies de aves marinas.


Con aquellos recursos a su disposición, tenían más que suficiente para comenzar a crecer demográfica, social y políticamente. y lo hicieron. Llegaron a ser, probablemente, más de diez mil almas (veinte mil, según otras estimaciones), Y se dotaron de una compleja organización social, un importante entramado cultural y religioso y una enorme y cohesionada fuerza de trabajo. Así lo revela la existencia en su tierra de alrededor de seiscientos moais, enormes monolitos de piedra con rostro humano, levantados frente al océano sobre unas no menos gigantescas plataformas o ahus. Los moais son hoy, aunque parcialmente rotos y caídos, y en algunos casos restaurados recientemente, el más conocido emblema de la Isla de Pascua, aunque nadie guarde memoria cabal de cuando se construyeron ni para qué. 

Ilustración del levantamiento de los Moais.
Los pascuenses se organizaron y llegaron a alcanzar, por tanto, elevadas cotas de civilización. Pero lo hicieron a costa de abusar de los recursos naturales, en un modelo de desarrollo que hoy llamaríamos insostenible. Cortaban los árboles para fabricar barcas con las que pescar, para hacer casas, para usar la madera como combustible y también, sin duda, para emplear los troncos como rodillos sobre los que arrastrar los enormes moais, de más de veinte toneladas de peso, y transportarlos desde las canteras a la costa. Sobreexplotaban las colonias de aves marinas, hasta el extremo de que Rapa Nui ha conservado solamente tres de la veintena de especies que anidaban allí originalmente... 

Como consecuencia de todo ello, allá por el siglo XVI la sociedad y la cultura pascuenses comenzaron a colapsarse. La organización y cohesión anteriores dieron paso a una creciente tribalización, y las guerras por los escasos recursos entre distintos clanes (en principio, los «Orejas largas» y los «Orejas cortas», que acabarían imponiéndose) se hicieron inevitables.

El famoso Capitán Cook llegó a la isla en 1774 y descubrió, atónito, unos cientos, o quizás unos pocos millares, de escuálidos indígenas que peleaban continuamente entre sí y eran caníbales, quizás porque necesitaban esas proteínas para sobrevivir. Su desculturización era tan grande que ni uno solo de entre ellos supo explicar qué significaban los moais, quien los había erigido o cómo habían podido hacerlo (comprenderéis que de ahí al nacimiento de la leyenda, que atribuye esa tarea a seres extraterrestres, hay tan sólo un paso). 

Resulta difícil evitar la analogía entre Rapa Nui y nuestro planeta Tierra. A modo de pascuenses, los habitantes del mundo estamos encerrados en una pequeña isla perdida en el firmamento, lejos de todo. Como ellos, hemos pensado durante siglos que la Tierra, nuestra isla, era Te Henua, el centro, el ombligo del Universo. También, como debieron imaginar ellos durante siglos, nosotros hemos considerado a lo largo de milenios que nuestro destino era dominar la ubérrima naturaleza, someterla y usarla.

¿Hasta cuándo podremos seguir viviendo como hasta ahora? ¿Seremos capaces de evitar el colapso de nuestra civilización? Por lo pronto, no se nos oculta que en la actualidad también nosotros, como ocurrió en Rapa Nui, estamos consumiendo los recursos globales por encima de su tasa de renovación. De seguir así, por tanto, la crisis será inevitable. Si no queremos acabar como los pascuenses, todos deberíamos tomar conciencia de la situación y actuar en consecuencia.


Extracto del libro "La Naturaleza en peligro"
Miguel Delibes de Castro

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